O doutor Rubicundo Loachamín, dentista, verdadeiro tira-dentes no sinistro local de El Idilio, arranjava novelas de amor para Antonio José Bolívar Proaño, casado com Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, o velho que sabia ler mas não escrever. «Leía con ayuda de una lupa, la segunda de sus pertenencias queridas. La primera era la dentadura postiza».
Claro que arranjar novelas de amor naquelas paragens equatrorianas não era fácil. «Pensaba en que haría el ridículo entrando a una librería de Guayaquil para pedir: "Déme una novela bien triste, con mucho sufrimiento a causa del amor, y con final feliz". Lo tomarián por un viejo marica, y la solución la encontró de manera inesperada en un burdel del malecón».
É um passo fantástico da notável novela do chileno e Luís Sepúlveda, Un Viejo que Leía Novelas de Amor. Mais de cinco milhões de exemplares vendidos, se isso é critério. Um pequeno grande livro.